Sr.
Chuayffet: ¿y la educación sexual?
Gabriela
Rodríguez
Estimado
Emilio Chuayffet, suena bien eso de reafirmar la rectoría del Estado en la
política educativa nacional, y también dar autonomía de gestión a cada una de
las escuelas.
Si
en algo estamos todos de acuerdo es en que el Estado ha perdido esa rectoría y
más, en que la enseñanza pública de México está en una situación lamentable. No
sólo porque el sistema educativo ha sido un botín de mafias sindicales, sino
también por la corrupción de funcionarios y porque garantizar una enseñanza
como bien público ha dejado de ser del interés de las más altas autoridades y
de los secretarios del sector, en ámbitos tanto federal como estatales.
Leyendo
el segundo párrafo del artículo tercero de nuestra Constitución tuve que
controlar la risa, porque frente a lo que hoy observamos en las escuelas de
nuestras comunidades, resulta grotesco: artículo 3º, segundo párrafo: La
educación que imparta el Estado tenderá a desarrollar armónicamente todas las facultades
del ser humano y fomentará en él, a la vez, el amor a la Patria, el respeto a
los derechos humanos y la conciencia de la solidaridad internacional, en la
independencia y en la justicia. ¿Derechos humanos? ¿Solidaridad? ¿Justicia?
¡Ja, ja, ja, ja! Decía Nietzsche que el hombre sufre tan terriblemente en el
mundo que se ha visto obligado a inventar la risa.
Porque
lo que vemos en las escuelas de las zonas marginadas son niños sentados en
salones sin equipamiento ni instalaciones higiénicas, telesecundarias rurales
donde hace años que no llega la señal satelital, materiales didácticos
desgastados. La mayoría de docentes están abandonados a su suerte; a veces
tienen que subir a comunidades distantes para convencer a los padres de familia
de que vale la pena que sus hijos asistan a la escuela, cuando ellos mismos
tienen mínimas condiciones laborales y pocas oportunidades reales para
actualizarse, porque cubren jornadas largas o dobles, incluyendo tareas
domésticas y comunitarias. Hay también muchas niñas y niños abandonados que
llegan sin desayunar y no tienen quien vaya por ellos a la escuela, porque los
padres emigraron o porque trabajan en horarios más amplios que los escolares.
En las primarias, 8 por ciento sufren maltrato y abuso sexual, y en las secundarias
el maltrato es casi 20 por ciento (IFE, 2012). En niveles superiores, la
protesta social ha sido criminalizada, y en preparatorias, normales y
universidades no se gestionan las diferencias; la reacción violenta del pasado
1º de diciembre a la protesta de los estudiantes del #132 es realmente
vergonzosa.
Efectivamente,
como usted afirma, la estructura de la SEP es muy vertical. Obedecer a la
autoridad es casi una regla militar; a las escuelas llegan órdenes del centro
que poco tienen que ver con las necesidades del aula. Hay hostigamiento, acoso
sexual e influyentismo, se desatienden las clases para el uso electoral del
docente a condición de sostener el empleo. Indigna que los funcionarios se
gasten millones en ceremonias ostentosas y monumentos inútiles.
Así
como están mal los niveles alcanzados en las áreas académicas de ciencias,
matemáticas, español, etcétera, quiero hablarle de la educación sexual, área
crucial para que niñas, niños y adolescentes sean respetados y cuenten con
elementos para desarrollarse y cumplir sus sueños en el futuro.
El
currículum de educación sexual es de avanzada desde tiempos de Miguel Limón
Rojas, en que se incorporó una visión integral, se añadieron los derechos
humanos y la perspectiva de género desde la primaria, además de que se diseñó
la asignatura de educación cívica y ética; fue cuando los derechos sexuales
pasaron a formar parte del estudio de las garantías fundamentales y de la
formación ciudadana. Desde entonces ha faltado voluntad política y más bien se dieron
pasos atrás. Marta Sahagún impulsó una guía para padres que parecía escrita por
los jerarcas eclesiales; en 2008, con ocasión de la Conferencia Mundial sobre
el Sida, realizada en México, Josefina Vázquez Mota –entonces titular de la
SEP– impulsó la declaración Prevenir con Educación para jalar reflectores
internacionales mientras difundía un libro del Opus Dei que desvirtuaba la
información científica; después el sector salud censuró la Cartilla del
adolescente porque promovía el uso del condón y de la anticoncepción de
emergencia. El retroceso está ya documentado: de 1997 a 2006 declinó 5 puntos
porcentuales el uso de anticonceptivos entre adolescentes, aumentaron 2 por
ciento las madres menores de 18 años y se duplicó la tasa de aborto en jóvenes
de 15 a 24 años (Fátima Juárez, Colmex, 2012).
El
cambio requerido es colosal. Hay que cambiar la cultura institucional y no
controlar, sino dignificar la labor del magisterio; no sólo hay que recuperar
la rectoría de la educación que ha estado en manos del SNTE, sino evitar que la
tomen la Iglesia católica o los empresarios. Ojala que esta reforma sea más que
un cambio de mando o una muestra de fuerza, porque es inadmisible que los niños
sigan siendo un mercado de conciencias y de alimentos chatarra.
twitter:
@Gabrielarodr108 grodriguez@afluentes.org Publicado en la Jornada.